“Soy un organismo cibernético, tejido vivo sobre endoesqueleto de metal”. ¿Recuerdas a Arnold Schwarzenegger en Terminator 2? Decía esta frase para definirse como un ciborg… aunque en la peli él solo era una máquina recubierta con tejidos orgánicos. Los ciborgs reales son personas que llevan implantados dispositivos mecánicos o electrónicos para mejorar sus habilidades o capacidades físicas. En el cine hay otros ejemplos que se ajustan más que Terminator a este concepto, como Robocop y Darth Vader. Pero hace ya tiempo que no tenemos que buscar ciborgs en el cine, porque están entre nosotras: gracias a la tecnología el concepto de hombre o mujer-máquina ha traspasado los límites del cine y la ciencia ficción para convertirse en algo muy real.
Para que te hagas una idea, en 2004 el Gobierno británico tuvo que reconocer a uno de sus ciudadanos, Neil Harbisson, como la primera persona ciborg del mundo, y concederle el pasaporte que le había denegado durante meses. Harbisson, un artista de vanguardia, nació con una extraña ceguera hacia los colores que solo le permitía ver en blanco y negro. Entonces decidió crear una antena capaz de procesar la información y convertir cada color en un sonido. Esta antena permanente está integrada en su cráneo y sobresale de su hueso occipital alrededor de 30 centímetros. Con ella puede escuchar las frecuencias del espectro de luz, incluyendo colores invisibles como infrarrojos y ultra violetas, y conectarse a internet para recibir llamadas telefónicas directamente en su cabeza. Flipante, ¿verdad?
Pues otra artista de vanguardia, la catalana Moon Ribas, no se queda atrás: hace unos años decidió implantarse un sensor sísmico en el brazo para percibir a través de leves vibraciones todos los terremotos que se produjeran en el mundo en tiempo real. Su objetivo no era hacerse vulcanóloga sino desarrollar un nuevo sentido, algo que fuera la suma de su cuerpo y la tecnología, que utiliza para sus creaciones.
Algo menos extravagante es el caso de Kevin Warwick, un científico y profesor universitario de Cibernética que desarrolló y experimentó en su propio cuerpo el llamado Proyecto Ciborg. Warwick empezó implantándose un chip bajo la piel de su brazo en 1998 que le permitía abrir puertas, encender luces y accionar otros dispositivos computarizados mediante señales de proximidad. Pocos años después dio un paso más y se implantó en su sistema nervioso una interfaz neuronal que le permitía controlar un brazo robótico ubicado a kilómetros de distancia como si fuera su propio brazo. Algo parecido a lo que hoy usan de forma experimental algunos cirujanos para operar a distancia.
Rob Spence es otro ciborg de carne y hueso, aunque la suya es una historia de superación. Cuando tenía nueve años se dio un culatazo con una escopeta que le dejó ciego del ojo derecho, pero consiguió adaptarse a su minusvalía y llegó a convertirse en director de cine. Sin embargo, su ojo dañado no dejaba de darle problemas y los médicos le obligaron a cambiarlo por uno de cristal. Spence decidió entonces no resignarse y comenzó a investigar sobre cámaras oculares hasta que encontró su eyeborg: una cámara de vídeo inalámbrica de 25,75 mm (el diámetro de una moneda de dos euros), capaz de grabar hasta 30 minutos. Uno de sus documentales más conocidos se titula Deus Ex: Human Evolution, y en él cuenta las historias de otros ciborgs tan reales como él.
Pero si hay alguien que se parezca más a un terminator que a un ser humano ése es Chris Dancy: cansado de trabajar como desarrollador de software para otras empresas, en 2007 decidió usar su propio software en su cuerpo y digitalizó la mayoría de sus funciones corporales y vitales, desde sus movimientos hasta su temperatura corporal, presión sanguínea, oxígeno y peso, y un montón de variables más: la calidad del aire que respira, su volumen de voz, los alimentos que ingiere, la temperatura ambiente, la humedad, la luz, el sonido o todo lo que ve en la tele. Y empezó a usar wearables hasta que se convirtió, según la firma Bloomberg, en “el hombre más conectado del mundo". Lo que no sabemos es cómo se las arregla para viajar en avión…
Y no podíamos dejar de hablar de casos extremos como el de Zoltan Itsvan. Este ex reportero de National Geographyc reconvertido en candidato a la Casa Blanca por el Partido Transhumanista asegura que se puede alcanzar la inmortalidad. ¿Cómo? Pues solo con cambiar los órganos humanos viejos o enfermos por órganos robóticos, y revertiendo el envejecimiento con terapias génicas. Dice que en 20 años será posible… aunque igual éste sí que es un caso de película.
¿Conoces alguna otra historia de ciborgs reales? ¡Cuéntanosla en un comentario!